En instante previo del encuentro con una persona que solicita ayuda para abandonar el sufrimiento que le aflige mi mirada se dirige hacia mi sentir,estudiando mi pensar automático que fluyen en dichos momentos donde aislado del mundo me abrazo a las preguntas de ¿podré ayudar?, ¿estoy capacitado?, ¿Qué historia surgirá en las conversaciones?, preguntas básicas para mi, iniciar la duda, el cuestionamiento de mi capacidad ante el nuevo encuentro desconocido.Me despierta mi conciencia y me sitúa atento ante el encuentro con otra persona,que también trae sus dudas, sus miedos y sus dificultades.
Me dispongo a escuchar y a comprender la historia que me ofrece la persona desde la aceptación completa de la persona, es decir, no juzgarla lo que no significa que esté de acuerdo con algunas actuaciones mas aprendí a diferenciar los actos de las personas de la esencia de la persona. A veces actuamos desde la cobardía, otras desde la rabia, otras desde la bondad, otras desde la generosidad. Y en esencia estas emociones fluyen en nuestra humanidad y conforman quienes somos.
En ocasiones desconozco la respuesta, pues aunque mi ego sufra mis limitaciones surgen en la relación que establezco y desde este conocimiento,desde mi humildad, busco construir la confianza necesaria para que la persona paulatinamente y al ritmo que considere se abra exponiendo lo que desee. Esta actitud no busca dar consejos sino ayudar a iniciar el camino que la persona atendida consideré mejor para superar sus dificultades. Desde esta actitud la técnica necesaria para ayudar se pone al servicio del encuentro.
De esta forma encuentro tras encuentro compruebo como la persona crece,se transforma, su mirada se limpia, se hace transparente, dejando de mirar al suelo y encontrando mi mirada. A veces me pregunto qué hice yo realmente, y puede que ayudará a crear un clima cálido donde ambos nos aceptamos sin reservas.
Pero lo principal para mi es la confianza no ciega, sino iluminada por la experiencia en el ser humano.
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